Isla Correyero: Diario de una enfermera
“Le pedí que saliera conmigo a los caminos y me acompañara en la fraternidad del viaje”
Hoy queremos dedicar nuestro espacio dominical a una mujer, escritora y poetisa .Fue galardonada con el premio de poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina” en 1995. Hablamos de Isla Correyero.
“Diario de una enfermera” es uno de sus libros más especiales, pues narra de una manera poética y respetuosa, su trágica experiencia hospitalaria, vivencias personales durante la agónica estancia hospitalaria de su padre, enfermo y a quien dedica ,de manera especial, este libro.
Os recomiendo la lectura íntegra del libro, sobre todo, si os gusta la poesía. He seleccionado cuatro poemas, espero que os gusten.
AMANECER, 11 de diciembre de 1993
Cuando llega este tiempo siempre es así.
Siempre es así la sensación de límite junto a esa otra
violenta niebla de belleza que me sacude sin poder
alcanzarla.
Salgo del sueño en estos días, con los ojos llenos de
lágrimas y sombras,
apareciéndoseme los hundidos rostros de los que se
fueron en las claridades temblorosas de la madrugada.
Aquellos plateados muertos que caían al amanecer y
envolvíamos percibiendo que regresarían.
O aquellas otras lágrimas de las enfermas
y sus hijos,
de las hermanas medio dormidas
encima de las mantas,
en el suelo, pidiéndome, infinitamente tristes,
que les retirase la tortura de la noche y la muerte.
Está tan lejos todo y, sin embargo, cuando me llega
este tiempo de dolor,
no hay distancia en mi noche ni en la suya.
Sigo reviviendo las convulsiones del amanecer,
la expresión alarmante de los rostros,
los envueltos cadáveres que vuelven destruyendo la
madera y las sábanas,
más acá de los muros.
17 de mayo de 1995
Mi joven y vertiginoso padre ha ingresado en la UVI,
tocado por la muerte.
¡Oh, sus párpados negros, sus números azules!
29 de mayo de 1995
La enfermedad une más que el amor.
Aquí, los paseantes pálidos,
van atravesando sus pérdidas y se arriman,
unos a otros,
como huérfanos despedazados por la luna.
PARA QUIÉN ESCRIBO. 10 de octubre de 1995
Mi hijo de diez años me ha preguntado para quién escribo.
Mi palabra sale de la afonía de una guardia, de un sufrimiento crónico.
Escúchame, Paolo, yo quisiera escribir para todos los que sufren en esta larga galería de la muerte.
Para los que lloran por el clima y desfallecidamente caen entre las sábanas mojadas.
Para las madres que nunca acaban de perder al hijo estremecido y permanecen a su lado las horas eternas de las tinieblas.
Escribo para los ancianos sin sucesión ni campos de manzanas que llaman solitarios a los timbres temblando por su incontinencia.
Para el bálsamo de su inmovilidad escribo en el lavatorio de sus heces.
Escribo, Paolo, para las alas fosfóricas de la guadaña que pasa cada noche sobre el piso noveno y deja caer su cucharón de palo para comerse al más ausente.
Para los hijos, escribo, los hijos que fuman los cigarros amargos a escondidas y lloran lágrimas nerviosas porque aún no han accedido a la soberanía de la enfermedad.
Para las hermanas levísimas que besan en los labios y en los dedos la amarilla delicia de la fiebre de su hermano.
Dulce niño que no comprenderás ahora estas palabras que levanto:
Para los enfermos atados a las camas que ven las rápidas transformaciones de la luna y las tortugas.
Para las esposas continuas que sólo van a casa a lavarse el olor y la vertiginoso lucidez de los zumbidos.
Escribo, Paolo, para el amante que no podrá entrar a besar a su amado y que sufre llamándolo, sin voces: amor mío, amor mío.
Escribo, Paolo, para valorar el trabajo de las limpiadoras que renuevan el hospital y el ruido de la orina.
Para los delicados y sorprendentes celadores, las voladoras cocineras, los peluqueros ágiles, los dóciles suplentes.
Para las enfermeras azules de la eternidad y sus ayudantes, los médicos humildes.
Para los estudiantes que vienen a devorar la enfermedad con su infantil y entusiasmado volumen de primero.
Para la paciencia y la misericordia escribo.
Para declarar que el olor de los medicamentos y las deyecciones percipitan las tragedias.
Para los transplantados, los locos, los quemados, los absortos en el estrabismo de la muerte.
Querido niño azul, yo escribo para los animales que trabajan en el ovillo de la hierba y nunca acaban de vagar por el animalario.
Y sobre todo, sobre todos los seres de este mundo, yo escribo para él, tú ya lo sabes, para él, que se ha ido en esta primavera y se ha llevado todo mi derrumbado diccionario de la medicina.
Correyero, Isla. Diario de una enfermera. Madrid: Ed. Huerga y Fierro, 1996.
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Excelente, Isla Correyero. Yo también soy enfermera titulada por la Facultad de Medicina de Sevilla.
La lectura de la poesía de Isla Carreyero es absolutamente conmovedora. Tiene el poder de evocar en el que lo lee la atmósfera de una larga noche de espera en el hospital, a veces sin esperanza. Gracias acercarnos la obra de esta gran poetisa
Un saludo
Ana Medina