Desolación (Marzo 2020)
Fotografía: Patricia Cordero
Desolación: marzo 2020
He apuntado mi nombre en la pizarra, la REA se ha convertido en una UCI improvisada.
Donde antes transcurrían los días con pacientes postquirúrgicos ahora se ha transformado en un espacio hacinado, lleno de camas articuladas donde los pacientes descansan boca abajo.
He apuntado mi nombre mientras mi mano temblaba, no era la caligrafía esperada. En estos días en los que todos nos vestimos a un mismo color, donde nuestros rostros quedan sepultados bajo las mascarillas, gafas y máscaras protectoras, es imposible adivinar quién se esconde tras toda esa ceremonial vestimenta, por eso, apuntamos nuestros nombres en apósitos y los pegamos en el pijama. Un pijama desgastado por las horas de cansancio, de movimientos coreografiados, de sudor, de rabia y de impotencia.
Mi nombre, vivo, sonoro, bíblico, apuntado en un apósito para ser reconocida en una jungla de camas donde se respira a muerte.
Hoy he apuntado otro nombre en ese apósito, no era el mío, yo ya no soy la protagonista de esta historia.
Es el nombre del que se ha despedido en el más absoluto silencio y soledad, un apósito que pego con decoro en el sudario.
Es el nombre de la señora que acaba de ingresar, con una bolsa transparente donde se aposenta sus pertenencias y un móvil no cesa de sonar.
Es el nombre de un padre fallecido, el de mi compañero, el cual llora en silencio mientras revisa con resignación los tratamientos de sus pacientes.
Es el nombre del padre de mi amiga Bea, que con calma llamó una tarde para contarme que su padre no podía respirar.
Son los nombres, nombres que tal vez para nosotros no signifiquen nada, nombres que tienen un rostro, una historia vital, una familia, un hogar.
Ha pasado un año desde que comenzó la pandemia, yo sigo con el nudo en la garganta apuntando nombres, en los apósitos y en mi malgastada memoria.
Fotografía: Patricia Cordero
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