NIGHTINGALE & CO

Las Beguinas. Historia de la Enfermería

 

Supongo que hay experiencias que te acercan un poco más, cada día más, a la experiencia de tu propia vida. En este caso a mi profesión.

Este año, parte de las vacaciones, las realicé en una ciudad conocida por muchos viajeros. Baluarte de la libertad desde hace demasiados años como para recordarlo y, actualmente, icono de costumbres no aceptadas en muchos de nuestros espacios. Amsterdam, la ciudad de los canales.

Cuando consultas las guías de viajes se te ofrecen múltiples espacios, algunos de ellos anacrónicos, que visitar. Museos, lugares con “encanto” (a veces, te preguntas cuál es ese encanto) y sitios curiosos. Cuando uno recuerda Amsterdam lo asocia siempre a canales y bicicletas, a casas inclinadas y de formas más o menos puntiagudas, …. y a Historia. Uno de esos espacios es el llamado “Begijnhof” o Beguinato.

Esto trajo a mi memoria recuerdos de 1º de DUE, cuando en la asignatura de Historia de la Enfermería veíamos a las Beguinas y las considerábamos parte de la historia de nuestra profesión. Soy consciente que para el resto, si conocen quienes eran, tendrán otro tipo de interés histórico. Estos recuerdos renovados me hicieron darme cuenta de la importancia de las raíces de mi profesión por lo que, una vez vuelto a casa, me puse a buscar información sobre aquel espacio tan especial.

Entonces, ¿Quiénes eran las Beguinas? Interesante pregunta. Curiosa.

En la Edad Media, entre la rigidez de los estamentos religiosos, en zonas que ahora ocupan Bélgica, Alemania y los Países Bajos empezaron a aparecer comunas de mujeres que iban por libre, se organizaban de forma democrática, trabajaban para obtener sus alimentos y hacían labores caritativas. Eran comunidades de mujeres espirituales y laicas, entregadas a Dios, pero independientes de la jerarquía eclesiástica y los hombres.

Sobre el origen de las beguinas y su nombre en Bélgica (1184 d.C.), varias opciones dividen a los eruditos. Unos investigadores opinan que fueron fundadas por Santa Begge (o Begh), hija de Pepino de Landen (siglo VII) y otros atribuyen la fundación de la Orden a Lambert Begh o le Begue.  Por otro lado, su denominación podría derivarse del verbo alemán beginnen o beghinnen (comenzar) porque su forma de vida se parecía a al comienzo de la vida religiosa dentro de los conventos de la época; según otros autores,  las beguinas recibieron este nombre a causa de su cofia, llamada en francés beguin, y que suponía la diferenciación del resto de las mujeres como enfermeras tras ingresar en centros religiosos y adoptar este símbolo como elemento identificativo. Elemento que a día de hoy se sigue relacionando con  nuestra profesión.

Se convirtieron en la alternativa al matrimonio y la clausura para mujeres de todas las clases sociales. Gracias a las labores que hacían para la comunidad, como enfermeras para los más pobres —se instalaban a menudo cerca de hospitales para leprosos— y maestras para niñas sin recursos, se ganaron la simpatía de familias adineradas que les hacían donaciones. También formaban parte de estos grupos mujeres casadas que se identificaban con el deseo de llevar una vida de espiritualidad intensa en los beguinatos de sus ciudades.
La mayoría de las hermanas se consagraban a algún arte, especialmente la música,  la pintura y la literatura. Los expertos consideran a poetisas como Beatriz de Nazaret, Matilde de Magdeburgo y Margarita Porete precursoras de la poesía mística del siglo XVI, además de las primeras en utilizar las lenguas vulgares en lugar del latín para sus versos.

No renunciaban a contraer matrimonio más adelante. También  hubo beguinas casadas, bien porque previo acuerdo con su esposo se retiraban para llevar una vida espiritual en comunidad, bien porque buscaban protección mientras sus maridos combatían. Llevaban hábitos pero no eran monjas ni hacían votos de pobreza. No renunciaban a sus propiedades, que a menudo no eran pocas y dejaban en herencia de la comunidad. Muchas procedían de familias nobles, y dentro del beguinato mantenían una posición social alta y podían tener a otras beguinas a su servicio.

También se diferenciaban de las órdenes religiosas convencionales en que no pedían limosna. Se valían de los ingresos procedentes de su trabajo manual y sus huertos. Pronto los gremios empezaron a ver como una amenaza su actividad comercial y contribuyeron a la campaña de desprestigio que azotó al movimiento a finales del siglo XIII.

Llegó a haber decenas de comunidades. Tras los muros del beguinato, podían vivir sin la protección del hombre. Su único contacto con la autoridad eclesiástica se producía en las misas y las confesiones. Por lo demás, ellas gobernaban por su cuenta los asuntos de su comunidad, algo inédito en aquella época. Para muchas mujeres fue la manera de poder desempeñar un oficio. Para otras, una forma de acceder al conocimiento, reservado entonces a los varones. Las beguinas mantenían su independencia, y en los escasos ratos en que no estaban rezando o trabajando –el ora et labora era su razón de ser, como corresponde a la sociedad teocéntrica de la época– podían salir a la ciudad. No emitían votos oficiales ni perpetuos, sino privados y durante el tiempo que vivían en el Beguinato. No hacían voto de pobreza, conservando cada una sus derechos a la propiedad privada. Los votos que hacían eran el de castidad y el de obediencia, llevando una vida sobria y sencilla. Trabajaban para mantenerse. Fueron las primeras en reivindicar la escritura en la lengua materna, la que hablaba y comprendía el pueblo, y en ella escribieron sus experiencias místicas.

Vivían en celdas, casas o grupos de viviendas. Podían abandonarlas en cualquier momento para casarse y formar una familia, pero espiritualmente no se casaban con nadie más que con Dios y los más desfavorecidos. En 1998, 13 de los 26 béguinages belgas que siguen en pie fueron declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco. Son, se dijo, un “fascinante recordatorio” de una tradición surgida en la región cultural flamenca, que incluye los territorios actuales de Bélgica, Holanda, el norte de Francia y el este de Alemania. Algunos tomaron la forma de ciudades en miniatura –y no tan en miniatura, como por ejemplo en Lovaina y Lier–. Algunos de ellos contaron con más de 800 beguinas viviendo entre sus paredes. Otros, como el de Kortrijk, se organizaban en torno a un patio central. Constaban de residencias, enfermerías, casas, iglesias y capillas, comedores y talleres. Algunos, como el de Brujas, estaban rodeados por un foso. Sus puertas se abrían a primera hora de la mañana y se cerraban al caer la noche.

Tuvieron casi dos siglos de expansión rápida pero las denuncias de herejía las frenaron. En el Consejo de Viena de 1312 (el mismo que decretó la disolución de la Orden del Temple), la Iglesia las condenó por ser una amenaza al orden. Se habían instalado en las grandes ciudades francesas y alemanas, pero la persecución las hizo recogerse. Pagaron caras, incluso con la muerte, las libertades —económicas, sociales y religiosas— que habían adquirido. Margarite Porete fue quemada viva en 1310. Las acusaban de aturdir a los monjes y de encandilarlos cuando acudían a confesarse a las monasterios vecinos y las trataron como a las únicas mujeres libres de la época: las brujas. “El movimiento de las beguinas seduce porque propone a las mujeres existir sin ser ni esposa, ni monja, libres de toda dominación masculina”, explica la medievalista francesa Régine Pernoud.

Su expansión tocó techo en el siglo XVI, con las guerras religiosas. El norte de los Países Bajos adoptó el calvinismo, y las beguinas desaparecieron de la zona. En Bélgica y el norte de Francia la Contrarreforma les dio un nuevo impulso, aunque cada vez estaban más tuteladas por la Iglesia. La anexión a Francia en 1795 fue el golpe definitivo. Sus propiedades fueron confiscadas y aunque algunas cayeron en manos de nobles que se las devolvieron a las beguinas, el movimiento nunca recuperó su esplendor.La mayoría de los beguinatos cerró sus puertas durante esos años. Las beguinas fueron expulsadas de las ciudades a lo largo del siglo XIX. El gran béguinage de Gante, por ejemplo, fue víctima del desarrollo industrial de la ciudad y la presión del ayuntamiento liberal. En 1874 sus habitantes tuvieron que mudarse a un complejo de nueva construcción a las afueras de la ciudad, en Sint Amandsberg.

Las Beguinas y la Enfermería.

  1. Como ya hemos comentado parte de su labor (y votos adquiridos) consistía en la atención  a la comunidad. Muchas de ellas desempeñaban funciones como Enfermeras tanto en los Hospitales (incipientes en aquellos momentos) como en los domicilios de las personas. Esta labor de atención se focalizaba sobre los más pobres y desfavorecidos de la sociedad de la época.
  2. Se organizaban en celdas y beguinatos cerca de los hospitales, abadías o leproserías y trabajaban para mantenerse. Leían, escribían y enseñaban a otras mujeres a leer y a escribir. Este sistema organizativo y la enseñanza de “los cuidados enfermeros” ha sido clave en el desarrollo de la profesión enfermera.
  3. Tenían conocimientos de las plantas y de sus propiedades curativas, así como de los minerales que usaban en sus cuidados.
  4. Hacían servicios a la comunidad como parteras, ayudando en los alumbramientos.
  5. Posiblemente, realizaron los primeros cuidados paliativos. Cuidaban de los moribundos, los velaban y amortajaban. Participaban en los funerales y acompañaban el cuerpo del difunto al cementerio.  Fueron las primeras en conseguir que les permitieran dar sepultura a los cuerpos de los colgados en las horcas.
  6. Fueron de las primeras en administrar cuidados a presos y personas con enfermedades mentales. Cada época ha marcado una tendencia en estos cuidados, recordemos que hasta el siglo XIX y principios del XX ambos grupos de personas (presos y personas con patología mental) compartían espacios y, en muchos casos, este segundo grupo recibía el trato de apestados, desviados, enagenados e, incluso, poseídos.

Es curioso descubrir como muchos de los artículos consultados se centran en su trabajo durante la Edad Media exclusivamente. Marcaron tendencia, fueron un movimiento seglar anclado en el futuro en un tiempo de olvido. Muchos de esos artículos y sus autores han olvidado que no fue un movimiento del Medievo sino que las dos últimas beguinas han vivido hasta ahora trabajando como enfermeras:  Marcella van Hoecke que falleció en 2008 y Marcella Pattyn que falleció en 2013. Supongo que con ellas desapareció algo más que una orden seglar; desapareció parte de esa  Historia olvidada o, mejor dicho “camuflada” que en tantas ocasiones encontramos en la literatura.