La delicadeza: Esencia de la humanización del cuidado
“Ser un paciente le obliga a uno a pensar”
Oliver Sacks
Del enfermero que mejor ha cuidado de mí no llegué a saber siquiera, su nombre. Pero su presencia, a pesar de los años de distancia, sigue muy viva dentro de mí.
En el año 2007 sufrí, estando trabajando como cooperante en un país asiático, una parada cardiorrespiratoria a consecuencia de un shock anafiláctico. Tras reanimarme, entré en una fase de inestabilidad mientras estaba ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos del mismo hospital donde ,hacía poco, yo misma me inclinaba sobre las camas para asear a un paciente o canalizar una vía endovenosa. En ese lugar el tiempo desaparecía y se fraccionaba en períodos de oscuridad, dolor y vigilia. En ocasiones mi condición empeoraba y sentía que me disolvía sin poder hacer nada para impedirlo. Lo único que me ataba a la realidad donde los demás se encontraban, era el dolor de los catéteres que me ponían y retiraban sin cesar y el miedo. Sobre todo el miedo. Podía tener sed, sensación de ahogo, cansancio, frío… pero el miedo era el síntoma poderoso que viajaba libre por todos los puntos de mi cuerpo. Ahora ya tenía conmigo la prueba irrefutable de que algún día iba a morir. Es más, aunque pueda parecer extraño, en algunos momentos también me preguntaba por qué había logrado sobrevivir y para qué. Entonces, la llegada de la enfermera con una jeringa en la mano suponía la puerta de la paz. Tras la inyección llegaba la oscuridad y el olvido. Me dejaba llevar.
Al cabo de unos días, volví a tener un edema de glotis y el equipo médico decidió que debía ser evacuada a otro hospital con más medios para mayor seguridad. Debido a las difíciles circunstancias del país, se decidió que debía hacerlo en helicóptero y luego en avión. La sensación de ingravidez durante el viaje me trajo definitivamente a la realidad y con ella, mi cuerpo asumió su dimensión física. Me había transformado en un espejo roto cuyas aristas se rozaban constantemente. Lo más doloroso eran las vías de los brazos. Había tenido tres flebitis y tenían que cambiarme los catéteres de tres a cuatro veces al día. Cada gota de suero me recordaba el trayecto de la vena que en breve se colapsaría. (1)
Cuando llegué al nuevo hospital, fui trasladada a una habitación cerrada y blanca. En cuanto me depositaron encima de la nueva camilla, varias personas comenzaron a palpar mi cuerpo y a pedirme que respondiera, respirara, apretara la mano, abriera la boca… Me hablaban tan rápido como trabajaban sus manos. Allí descubrí que cuando uno está enfermo, necesita pensar y hablar en su lengua materna, las otras no sirven. No alcanzan para expresar lo que sientes y eres en ese momento.
El cuarto parecía atestado y hacía mucho calor. Me costaba respirar. Al advertir que las vías no funcionaban, varios compresores aparecieron en mis brazos anunciando la tortura que me esperaba. Confieso que en esos momentos no fui capaz de conservar entereza alguna. Por un instante, creí que mi vida sería así: sólo dolor. Me incorporé e intenté bajarme de la camilla, sintiendo el tirón de los electrodos y la mascarilla de oxígeno. Simplemente, había alcanzado el punto donde ya no podía soportarlo más. El miedo se había apoderado de mí sin control. Entonces, en medio de todo ese color blanco de la sala, apareció un hombre que parecía algo más mayor. Un enfermero con el reloj oscilando en el bolsillo de la pechera. En un idioma que desconocía, ordenó al resto del equipo que se marchara. Se dirigió a una ventana que de repente parecía haberse abierto al fondo de la habitación. Al abrirla, el olor a lluvia y las voces de los vendedores ambulantes cruzaron el cuarto, dando paso al mundo del que me había despedido días atrás. La humedad que se posaba en mi piel traía el ritmo de los coches que pitaban en la entrada del hospital. Yo respiraba, mi aliento se unía a ese aire que salía por la ventana y me convertía en alguien vivo. El enfermero acercó a la camilla un taburete y se sentó a mi lado durante al menos media hora. Y no hizo nada más. Sin compartir un idioma común en el que poder comunicarnos, él supo lo que yo necesitaba. Se convirtió en el apoyo preciso para vencer al miedo que yo experimentaba a través de su presencia, en silencio. Me acompañó como el ser humano angustiado que yo era en esos momentos de intensa soledad y temor. Imagino que ese hombre debía ocuparse de muchas otras tareas y enfermos. Pero eligió no seguir el camino establecido y “cuidarme” en toda la extensión de la palabra. Al cabo de una hora, salí de esa habitación con nuevas vías y la fortaleza suficiente para querer seguir luchando. En sus manos había depositado antes mi cuerpo, con plena confianza. Porque sabía que ese enfermero estaba lleno de algo inestimable para mí: delicadeza. El tacto liviano de sus dedos y su silencio acompañándome siguen apareciendo con claridad en mi recuerdo agradecido por su ayuda. Casi cada vez que llueve.
Nunca sabré cómo este enfermero llegó a adquirir la sabiduría necesaria para priorizar el cuidado de la angustia que yo sentía, sobre la realización de las otras técnicas que también necesitaba. Por qué abandonó el mundo tecnológico donde día a día trabajaba, para sentarse junto a un ser humano sufriente y ayudarle. Pero lo que sí se de forma segura después de esta experiencia, es que frente a la vulnerabilidad y la fragilidad, lo único que vale es la delicadeza. Es el único camino posible para un cuidado lleno de respeto para la dignidad del ser humando enfermo.
Las enfermeras tenemos la suerte de fundamentar nuestra esencia profesional en esta capacidad de establecer una relación de humano a humano. Es entonces, cuando cuidamos de una persona enferma de una manera especial, diferente, cuando hacemos más presente quién ES esa persona (no la enfermedad que TIENE)
Me pregunto cómo podríamos acercarnos entonces a la humanización del cuidado. El uso de protocolos y planes sistemáticos conllevaría el riesgo de banalizar a la persona en toda su integridad, al olvidarnos de su singularidad. Este terreno difuso precisa ante todo, una “mirada diferente” que lleve a la enfermería, a sus cuidados, hacia la adquisición de una dimensión de mayor profundidad. Es decir, simplemente, a estar con el otro.
(2)
- (1) y (2): Las imágenes muestran a la enfermera y matrona Maude Callen. En Diciembre de 1951, la revista LIFE publicó uno de sus más importantes reportajes fotográficos. En las imágenes de las fotografías de W. Eugene Smith aparecía la incansable Maude Callen, quien trabajaba en el medio rural de Carolina del Sur durante los años cincuenta. Ella servía como «doctor, nutricionista, psicóloga y amiga» a miles de pacientes desesperados y pobres en extremo. Pueden encontrar las imágenes y más información en: http://time.com/26789/w-eugene-smith-life-magazine-1951-photo-essay-nurse-midwife/
Bibliografía
- Foucault, M. (1991)El nacimiento de la clínica: una arqueología de la mirada Médica. México: Siglo XXI.
- González-Juárez, L., Valencia-Mora, A.L., Flores-Fernández, V. (2009). Humanización del cuidado de Enfermería. De la formación a la práctica clínica, CONAMED, Suplemente de Enfermería, pp.40-43.
- Poblete Troncoso, M., Valenzuela Suazo, S. (2007). Cuidado humanizado: un desafío para las enfermeras en los servicios hospitalarios, Acta Paul Enferm 2007; 20 (4); 499-503.
- Watson, J. (1988). Cuidado Humano. En: J. Watson, Enfermería ciencia humana y cuidado humano: una teoría de enfermería (pp. 9-30). Estados Unidos: National League for Nursing
- Resumen sobre los laxantes más utilizados.
- La vuelta al trabajo… Puff, ¡Qué pereza!
Aquellas personas que se dedican con absoluta abnegación a la cooperación internacional están dispuestas a arriesgar sus propias vidas para luchar por mundo más justo, más bello, más humano…Estos seres excepcionales saben bien que en cualquier momento su misión puede terminar antes de los esperado.
Estamos ante un estremecedor testimonio en el que Ana nos cuenta como ella misma estuvo a punto de realizar el «tránsito» hacia la otra vida. Su extraodinario coraje y humanidad le permitieron decidir no atravesar el umbral definitivo y de este modo, poder volver a su cuerpo. ¿O quizás fué el anhelo de realizar algo aún pendiente? ¿El deber de cumplir una dhármica misión en la Tierra?
¡¡ Gracias, Ana Mari !! Por tu generosidad, por la tremenda abnegación con que realizas tu trabajo, por tu coraje…
Ana …una experiencia unica que sin duda no olvidaras en tu vida…o mejor dicho…en tu segunda vida porque volviste a nacer ….un honor trabajar contigo
Una historia de verdad, tremenda! Debio ser durísimo. Gracias por compartirlo. Muchas veces he pensado…qué enfermera cuidó de mi madre cuando estuvo hospitalizada, tuvo suerte? Se sintió cuidada con , como dices tú, delicadeza?
Un abrazo.
Simplemente maravilloso Ana, no conocía esta tremenda experiencia tuya y ahora todavía me pareces un ser humano mas estupendo aun de lo que ya me parecías. Nunca he tenido un contacto muy estrecho contigo, solo se que cuando nos encontramos y hablamos lo poco que el tiempo nos deja..me encuentro mejor, salgo fortalecida y con ganas de seguir adelante. No quiero decir que el dolor desaparece, pero si que me siento entendida y de verdad…eso es algo muy importante en este mundo de incomprensión.
Quise pertenecer a esta profesión desde que era muy niña, las circunstancias de la vida no me dejaron hacerlo hasta tener una edad muy avanzada para lo razonablemente normal y también por otras circunstancias me va a hacer abandonarlo antes de lo que quisiera, pero si te puedo decir que cuando me vaya lo haré muy orgullosa de haber colaborado en ayudar lo poco que haya podido en aliviar el sufrimiento de alguien y no me refiero solamente al sufrimiento físico. Cuando he podido ejercer la docencia, mi primer consejo a las alumnas ha sido que nunca olvidaran que la persona que esta en la cama es como tu y como yo pero en una situación de dependencia de sus cuidadores, que pasan miedo, incertidumbre, angustia y que nunca, nunca..debemos perder la humanidad. A veces solo se comprende cuando nos toca estar en el otro lado, y atravesar por todas esas sensaciones. La enfermería no es solo poner inyecciones y dar pastillas, las técnicas se aprenden pero la humanidad y la empatía se tiene o no se tiene y aunque yo creo que se va mejorando mucho en ese terreno, todavía nos encontramos… ¿profesionales? que lo único que quieren es acabar cuanto antes para irse a desayunar, leer una revista o meterse en internet.
Ana, muchas gracias por este articulo y sobre todo muchas gracias por haber escogido esta profesión.
Besos.
Ana …una experiencia unica que sin duda no olvidaras en tu vida…o mejor dicho…en tu segunda vida porque volviste a nacer ….un honor trabajar contigo
Hola Tommy!
Gracias por dedicarme estas palabras. Desde luego después de lo pasado, entendí que se me estaba ofreciendo una segunda oportunidad en la vida. En este «segundo tiempo» el camino de aprendizaje no es tampoco sencillo, pero tiene otro color, el ver claro que la vida es muy valiosa y hay que intentar buscar lo mejor de ella. Para mí también es todo un honor trabajar contigo, gracias por estar ahí como maestra intensiva.
Ana Medina