La enfermera invisible
De las dos mujeres que contemplan una es invisible. No se trata en ningún caso de una ilusión óptica, se lo aseguro.
La mujer de la izquierda que tiene el valor de sonreír a la cámara se llama Varathi. En la imagen se encontraba convaleciente de una herida de guerra que le destrozó el pie izquierdo. Ocurrió en una de estas guerras olvidadas del nuevo siglo, la de Sri Lanka, que en ese año 2007 vio como el conflicto entre el gobierno sinalés y la guerrilla de liberación de los tigres tamiles se recrudecía duramente.
Varathi y su familia intentaban escapar de la guerra cruzando a la desesperada el estrecho de Palk, que separa el distrito de Mannar de la India. Navegaban en una barca hinchable cuando fueron atacados por un barco de la armada gubernamental sinalesa. El gobierno adujo que el radar había detectado la presencia de un barco tamil enemigo. Un enemigo que estaba formado por una mujer, Varathi, dos niños, un anciano y su marido, que intentaba patronear la balsa. Todos, menos Varathi y su hijo pequeño fallecieron.
Se tardó horas en rescatarles. Como era habitual en esos días, la comunidad internacional quedó tranquila cuando en los medios de comunicación oficiales se afirmó que el valeroso gobierno sinalés había protegido una vez más a la población tamil del norte de la isla del ataque de la guerrilla gracias al uso de sus radares. Yo certifico aquí que no fue así y que la verdad también se perdió con las vidas de esa familia. Varathi a pesar de todo soportó todo este horror, varias cirugías y a las dos semanas apretó los dientes sofocando el dolor y se levantó de la cama para volver a andar. Juró darle a su hijo otro futuro en Inglaterra.
La mujer de pelo ya canoso de la derecha es la tía de Varathi. El hospital se encontraba a muchos días de camino desde sus lugares de procedencia, lo que obligaba a los parientes de los enfermos a desplazarse y a permanecer junto a ellos durante días y a veces meses. Esta pequeña mujer, de apenas 50 Kg es “Auntie”, que podríamos traducir al castellano como “tiíta”. Es el nombre que se usa de manera genérica a mujeres como ella, las invisibles. Auntie es una mujer soltera, lo que implica, en la cultura tamil, que su vida tiene que estar destinada al servicio de sus padres y cuando estos fallezcan al de sus hermanos y sobrinos. Una mujer que no es esposa ni madre se desdibuja y desvanece socialmente hasta casi desaparecer.
Eso la convierte en la persona responsable del cuidado de los enfermos, como su sobrina Varathi. Durante su internación la pequeña Auntie me acompañaba en las curas no únicamente de su sobrina, sino las de todas las mujeres del pabellón. Muchas de estas pacientes estaban solas, sin el apoyo de sus familias que se encontraban separadas del hospital por la frontera de guerra. Pero Auntie cada mañana las llevaba su comida, lavaba su ropa, las sostenía en pie cuando intentaban andar y acarreaba los cubos de agua cuando el domingo lavábamos las largas melenas negras de las mujeres postradas en cama. En todo este tiempo sólo intercambiábamos el “Vanakkam” para desearnos buenos días. Ella no hablaba inglés ni yo suficiente tamil. Pero no importaba, en el lenguaje del cuidado nos entendíamos perfectamente. Más de una vez fue ella la que me descubrió las necesidades de algunas de las compañeras de Varathi. Desde su callada posición, siempre en silencio observaba con atención cuanto le rodeaba y encontraba la manera de solucionar los problemas. Ella será siempre una enfermera invisible.
Dentro de la desposesión de la integridad de su persona incluyo el hecho de no tener siquiera un nombre. Un nombre que nunca supe ni jamás sabré.
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