NIGHTINGALE & CO

Leyendo a Walt Whitman, hombre y enfermero.

Hay profesiones en las que sin saber el motivo les asociamos un género determinado como azafata, médico, modelo, ingeniero, enfermera… incluso el subconsciente nos puede traicionar, imaginaros que estando en un avión llamáis a la azafata y resulta que ¡es un hombre! se plantea una duda, ¿es un azafato? ¿Un azafata macho? ¿un auxiliar de vuelo? ¿Un aeromozo?  ¿Un truco ¿Perdone podría ayudarme con la maleta? Jajaja.

Hoy en día persisten colectivos en los que la gran mayoría pertenecen a un mismo género, y no estoy en contra, ¡que conste! Cada uno es libre de hacer lo que quiera y personalmente estoy encantado de ser ¿enfermero? ¿ATS? ¿Practicante? ¿DUE? … algunas veces incluso me cambian de profesión.

Si volvemos la vista atrás alguien tuvo que ser el primer enfermero o la primera médica. Estas personas comparten un espíritu pionero que derribaron barreras impuestas por la sociedad del momento. Quisiera centrarme en uno de esos pioneros, Walt Whitman (1819-1892) un humanista estadounidense, a algunos os sonará por la película “El club de los poetas muertos” (su fotografía la podemos ver sobre el encerado, justo detrás del profesor  Keating)

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro temeroso

viaje esta hecho;
el buque tuvo que sobrevivir a

cada tormenta, el premio que buscamos está ganado;

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Este es un fragmento de un poema escrito en homenaje a Abraham Lincoln después de su asesinato en 1865. Publicado como un anexo dentro de su obra maestra Hojas de Hierba (1855) que es citado en la película por Robin williams. Actualmente Walt Whitman ha pasado a la historia como uno de los poetas más importantes del S. XIX en América, pero son variadas las profesiones que desarrolla durante su vida: pintor, carpintero, profesor de escuela, periodista, reportero de guerra, editor, enfermero. Es esta última la que quisiera destacar.

 “Esa noche yo había ido a la ópera de la calle Catorce, y tras la función, hacia las doce, iba camino a Brooklyn, por Broadway, cuando oí los agudos gritos de los niños vendedores de periódicos y luego los vi aparecer, gritando y corriendo de un lado para otro, con más furia que de costumbre. Compré un ejemplar y crucé hasta el hotel Metropolitan, cuyos grandes y brillantes faroles aún estaban encendidos y, con una pequeña multitud que se reunió de improviso, leí la noticia, a todas luces auténtica. En beneficio de los que no tenían un ejemplar del periódico, uno de nosotros leyó en voz alta el telegrama mientras los demás escuchaban silenciosa y atentamente. El grupo había crecido, éramos treinta o cuarenta, y nadie hizo comentario alguno, todos permanecíamos inmóviles, lo recuerdo, antes de dispersarnos. Casi nos puedo ver ahora, nuevamente, bajo las lámparas, a medianoche”.

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Esa noche es la del 13 de abril de 1861. La noticia, el ataque del Ejército Confederado al fuerte Sumter en el puerto de Charleston, Carolina del Sur. Es decir, el inicio de la Guerra de Secesión. Y la anotación corresponde al diario de Walt Whitman, en esa noche a sus 42 años. La guerra es el escenario al que se ve arrastrado para buscar a su hermano George Washington Whitman herido en batalla en Diciembre de 1862, finalmente Walt lo encuentra sano y salvo el 18 de Diciembre en Falmouth, Virginia en una mansión reconvertida en hospital de campaña. En su libro “Diarios de Guerra” Whitman nos transporta a la guerra y nos describe la muerte que arrastra.

“Pasé buena parte del día en una gran mansión de ladrillo, que servía de hospital después de la batalla. Parece que sólo han admitido los casos graves. En el exterior, al pie de un árbol, veo un montón de pies amputados, piernas, brazos, manos etc., todo un cargamento para un carro de un solo caballo. Cerca yacen varios cadáveres, cada uno cubierto con su manta de lana marrón.”

Desde ese momento se dedicó a ayudar a los soldados en lo “poco” que podía, escribía cartas a sus familiares, les ofrecía dinero si necesitaban, en ocasiones algún joven se aferra a él convulso; en cualquier caso; se sienta con él durante horas, si él lo desea. “Cada vez me sorprende más la cantidad de jóvenes de quince a veinte años que hay en el ejército. Más tarde encontraría tantos o más entre los sudistas.” Sus notas son una ventana emocional y un relato histórico sobre la vida diaria en los hospitales próximos a Washington en el que relata la actividad de los médicos y enfermeras.

“Me encanta la enfermera del pabellón E, sentada mucho tiempo junto a un pobre muchacho que acaba de sufrir esa mañana, además de otras enfermedades, un vómito de sangre y ella lo cura amablemente, le limpia la sangre, sosteniendo un paño junto a su boca mientras tose. Estaba tan débil que apenas podía ladear la cabeza en la almohada.”

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Durante los siguientes 3 años pasa gran parte de su tiempo en hospitales cercanos a Washington tomando notas en pequeños cuadernos de sus experiencias con los soldados, enfermeras y médicos. Describe las salas de los hospitales como grandes estancias sin separaciones, con un pasillo central y filas de pacientes a cada lado, entre 80 y 100 se afinaban en cada sala. Por lo general hay silencio pero en ocasiones se puede oír los gritos de insoportable dolor que salen de algún camastro. En salas como esta desarrolla su voluntariado, haciendo lo que está en sus manos, sin mayor conocimiento ni formación que su humanidad. Una vez conoció a un joven de 21 años muy enfermo y sin apetito. Ansioso por hacer algo por él, le confesó que le gustaría comer un buen pudin de arroz casero. En ese momento con el estomago tan débil consultó con el doctor que le  dijo que comer sólido le haría mejor que cualquier otra cosa, porque la comida del hospital le revolvía el estómago. Al poco convenció a una dama de Washington que aceptó encantada tras oír su deseo y al día siguiente le llevó el pudin al hospital, el chico vivió, días después le dijo que había sobrevivido gracias a él.

Walt Whitman no se ve como un enfermero y nunca lo fue, se considera un voluntario que hace lo que puede por otras personas y esta experiencia es para él una lección muy importante en su vida, dándole la oportunidad de leer y comprender los volúmenes más sutiles, raros y divinos de la humanidad así como los de la vida y la muerte. Una visión más clara, sintiéndose un privilegiado.

Leyéndole puedo sentir que ambos somos hombres y enfermeros.

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