El precio de ser enfermera
La joven Aruna Pereira no ha sido capaz de sonreir abiertamente a la cámara. Intenta escapar del objetivo ladeando su cara y su mirada, deseando que su intromisión cese lo antes posible para permitirle seguir siendo invisible. A pesar de esta inclinación, casi natural, esa mañana se ha levantado a las 5 de la mañana para preparar su inmaculado uniforme, ha tratado de alisar y encerrar su rizada melena en un apretado moño y se ha aplicado polvos faciales para tratar de enmascarar el tono dorado de su piel. Una sombrilla la acompañará perpetuamente durante los paseos bajo el sol de su aldea. Aruna desearía, por encima de todo, que su piel se aclarase e hiciera presente su herencia portuguesa. Todo el mundo sabe que sólo una piel blanca es la esencia de la verdadera belleza.
La sonrisa tímida de Aruna está motivada por una noticia que toda mujer srilankesa desea por encima de todo: ha sido comprometida. Observen que esta expresión supone que la mujer participa de esta decisión como un sujeto pasivo. Su familia ha recibido una carta desde Londres donde unos parientes lejanos, también originarios de Sri-Lanka, han solicitado a Miss Aruna Pereira como esposa de su hijo mayor. Los futuros esposos únicamente han podido contemplar sus rostros a través de las fotos intercambiadas para ello. Cualquier otro tipo de contacto antes de la ceremonia de compromiso (donde se saludarán cortésmente en presencia de toda la familia) sería considerado indecoroso. Ella ha hecho lo esperado, es decir, obedecer y entregarse silenciosamente a lo que sus padres decidan para ella. Consentirá este matrimonio concertado rodeada del aura que se espera en una mujer “bella”. La belleza de la mujer consiste en la total ausencia de deseos en relación a su persona para dar prioridad a lo que sea más beneficioso para su familia y sobre todo, para su padre y luego, para su esposo.
Al enterarme de las circunstancias del compromiso trato de controlar las emociones que me impulsan a sujetarla por los hombros y decir a Aruna que no lo permita, y que es ella la que tiene que decidir su destino. Por suerte Madhu, otra enfermera que trabaja conmigo me mira y adivina mis pensamientos. Lleva varios años trabajando con mujeres occidentales. Me invita a tomar un té ceilandés cargado de azúcar, como gusta en todo el país, para apartarme de la escena y no abochornar el “momento de mayor felicidad” de Aruna.
Madhu me explica que entiende que nuestras culturas son diferentes y que para mí es incomprensible que una mujer acepte que la casen con alguien a quien no conoce. Pero detrás de esta tradición existen connotaciones que escapan a nuestros ojos. Yo la escucho únicamente con media alma abierta, la otra sólo espera el grito de guerra para ponerse en marcha. Madhu sonríe ante mi impaciencia y me cuenta que al margen de ser mujer y como tal obediente a los deseos de su familia, Aruna tiene otro rasgo que la obligará a casarse fuera del país: la joven es enfermera. Dicha revelación no me parece nada sugerente ni explicativa y así se lo hago saber a Madhu. Sin embargo si lo es y mucho. En nuestro país, Sri-Lanka, prosigue Madhu, cualquier contacto con el sexo opuesto exceptuando al marido, está totalmente prohibido. Eso implica la crianza y educación de los niños de manera segregada. Cualquier mujer que sea descubierta tocando a un hombre que no sea de su propia familia quedará deshonrada y será apresuradamente apartada de la comunidad. Las enfermeras, como sabes, continuó Madhu, nos vemos obligadas a cuidar tanto de hombres como de mujeres.
Yo la observo atónita porque empiezo a comprender. Madhu me mira directamente a los ojos: sí, para los nuestros somos mujeres impuras a causa del trabajo que desempeñamos. De nada sirve pensar que también ayudamos a quienes lo necesitan. Ningún hombre de la aldea querrá casarse ni con Aruna ni conmigo. Únicamente tenemos dos alternativas: permanecer solteras y quedar por siempre sometidas a las decisiones de padres y hermanos, donde nuestra misión será cuidar a los ancianos, los bebés y los niños de la familia ; o aceptar un matrimonio concertado y emprender una nueva vida fuera del país, quizás con suerte, algo mejor. Para la familia política, en Londres, la llegada de Aruna supondrá el ingreso de un sueldo aceptable (ya que allí sí se espera que siga trabajando como enfermera). El que toque a otros hombres no supondrá una vergüenza social ni una alteración de su status. La tradición es engullida por la urbe.
Camino lentamente hacia mi casa y no puedo evitar sentirme avergonzada por haberme indignado ante la actitud alegre y pasiva de Aruna. Esta enfermera, mi compañera, no ha conocido otra cosa que la guerra desde el día en que nació. Ha sido destinada a trabajar por el gobierno a lugares donde sus inocentes ojos han contemplado lo que Conrad llamaría “El corazón de las tinieblas”. Para ella una futura vida en Londres supone una luz de esperanza. Por esta razón, Aruna pagará el precio de ser enfermera. Esto sucede en el año de gracia del Señor del 2007. Intento dormir y pienso en lo que a Aruna y a mí nos hace iguales: somos mujeres y enfermeras. Las dos tratamos de jugar la partida con las cartas que nos han sido dadas. La vida nos dirá como termina este juego.
- Una puerta a la emoción
- Dia Mundial del Lavado de Manos, 15 Octubre 2013.
Es increible que con lo que a nosotros nos parece un acto más de esclavitud, de sometimiento absurdo de la mujer, ella ve una oportunidad para ser libre y poder seguir haciendo aquello que le gusta: ser enfernera!
Ojalá le vaya muy bien!