NIGHTINGALE & CO

Las siete de la tarde

Autora Mª Dolores Gómez Guillermo. Enfermera de anestesia. Hospital Son Espases . . Mallorca.

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Cada tarde, al llegar las siete, la historia se repetía una y otra vez. Era como sentarse en un banco del parque a ver pasar la gente de un lado a otro, cada uno con una historia que contar. Eran personas de orígenes diferentes unidos por un mismo vínculo que les hacía irremediablemente estar allí a esa misma hora. Yo me limitaba a observarlos, sentada en mi silla azul, atenta y dispuesta por si tenía que actuar en cualquier instante.

Para mí era un momento muy especial porque aquella gente desconocida me hacía partícipe de vivencias muy íntimas en sus vidas y compartían, sin saberlo, todo tipo de sensaciones y sentimientos que me ayudaban a crecer humanamente y reforzaban la creencia de que había elegido sabiamente al decidir estar allí haciendo algo que tanto me gustaba y me llenaba plenamente. Uno tras otro iban pasando delante de mis ojos. Algunos parecían no verme, encaminaban sus pasos ligeros hacia alguien que esperaba ansiosamente, poniendo todos sus sentidos en aquel trayecto.

Otros hacían una ligera inclinación de cabeza a modo de saludo y los había incluso que intercambiaban alguna palabra conmigo antes de llegar a su destino. Aún guardo en mi memoria todos y cada uno de los encuentros que presencié durante aquellos años. Todas aquellas lágrimas, a veces resbalando sin control sobre las mejillas y otras calladas y ahogando el corazón. Todas las miradas cómplices entre personas que compartían todo en su vida cotidiana. Momentos felices, momentos tristes, momentos de esperanza y de abatimiento. Miles de emociones que durante una hora inundaban aquella estancia dándole vida cada día.

Y allí estaba yo, sentada, observando, compartiendo la intimidad de personas a las que seguramente no volvería a ver en mi vida pero que, en aquellos momentos, eran algo demasiado importante par mí como para estar en otro sitio. Madres angustiadas que darían cualquier cosa por suplantar a sus hijos en aquellos momentos; esposos, cuyas mujeres se quejaban de que no las querían ni les prestaban atención, y estaban allí, de pie, intentando tomar entre sus manos temblorosas las de su esposa y susurrándoles. “te quiero, todo va ir bien”; hijos que tenían la necesidad de decirle a sus padres cuanto los querían y sentían que el tiempo se les escapaba entre los dedos como si fuese arena.

En ocasiones algunos se quedaban solos, no tenían la alegría de aquella visita tan esperada. Sus rostros poco a poco iban cambiando de expresión. La esperanza y la emoción del que espera una luz en medio de la oscuridad que les envolvía se tornaba tristeza y desasosiego de sentirse abandonados por aquellos a quien tanto querían. Entonces cogía mi silla, me sentaba junto a ellos e inventaba alguna historia creíble de por qué no habían llegado a tiempo. Era un momento muy especial porque aquella persona indefensa, asustada y nerviosa era capaz de verter sobre mí todo el cariño que había estado guardando para ese momento sin apenas conocerme y ese instante mágico me resarcía de las noches en vela, de los domingos que no había podido compartir con mi familia o de la ingratitud con la que a veces nos trataban.

Esos momentos entrañables me recordaban cada día por qué había elegido aquel camino y no otro, por eso aquella hora del día, de siete a ocho, era tan importante para mí. Nunca imagine que algún día yo podría estar al otro lado, esperando impaciente que el reloj marcase la hora mágica que me brindaría la oportunidad de disfrutar durante sesenta minutos del contacto con el exterior. Por fin podría ver un rostro conocido y una mano, cuyo contacto me resultara familiar, tomaría las mías para hacerme sentir que todo estaba bien. Todavía no estaba totalmente despierta, mi respiración dependía de un respirador y sólo era consciente a ratos pero esos escasos momentos de realidad se me hacían eternos porque la angustia de sentirme sola, en un lugar extraño, y paradójicamente tan familiar, me invadía por completo.. ¡Ironías del destino! Tantos años viendo pasar frente a mí a todas aquellas personas como si formasen parte de otra realidad ajena a mí y ahora yo había pasado a ser la actriz principal de la película.

En mi oscuridad escuchaba voces que hablaban sobre mí como si yo no estuviese presente, escuchaba los monitores con su incansable sonido cuyo volumen parecía multiplicarse por diez dentro de mis oídos. Tenía frío y sentía un dolor intenso. Intentaba tranquilizarme pensando: “Sólo tienes que esperar a que los calmantes te hagan efecto y todo habrá pasado. Vamos, no sea tonta, tu ya sabes como funciona esto”. En aquella soledad medité sobre muchas cosas. Mi mente parecía especialmente activa y las imágenes de antaño se agolpaban frenéticamente como queriendo transmitirme algún mensaje. A veces, pensé, levantamos un muro inmenso entre las personas que nos rodean pensando que si nos distanciamos de ellas no podrán dañarnos, nos volvemos ciegos y mudos ante su sufrimiento y nos sentimos orgullosos de haber sobrevivido a un nuevo día sin astillar nuestro corazón. Pero que equivocados estamos, cuanto más alto levantamos el muro más nos aislamos y somos incapaces de descubrir miles de sentimientos que nos permiten crecer. Debemos recordar que, aunque en el camino resultemos heridos, conoceremos el regalo de vivir una vida plena y repleta de sensaciones que nos harán convertirnos en alguien especial para muchos y sobre todo para nosotros mismos.

Mientras divagaba entre mis pensamientos guardaba la secreta esperanza de que mi familia fuese capaz de entender por lo que estaba pasando y se lo transmitiese a la enfermera. Esperaba ansiosa aquel momento, la hora de la visita, que tantas satisfacciones me había brindado en mis horas de trabajo. Escuchaba saludos, frases de consuelo y aliento. El sonido de cortinas que se movían de un lado a otro me mantenía alerta. Oía pasos que se acercaban y se alejaban pero ninguno se detenía junto a mí. Mi angustia iba creciendo por momentos. Podía escuchar el sonido de la manecilla del reloj que me indicaba que el tiempo se agotaba. Me vi. reflejada en todos aquellos que esperaban impacientes su visita pero no llegaba. Recordaba aquellas miradas alertas que buscaban un rostro familiar entre la gente y no lo encontraban. Podía recordar perfectamente sus expresiones de desilusión, de tristeza, de desesperanza…….. Pero no, definitivamente yo no era uno de ellos, estaba segura de que en algún momento alguien preguntaría por mí.

De pronto sentí una mano que tomaba la mía fuertemente y me relajé por completo, fue como encontrar un oasis en medio del desierto. Noté como me pasaban la mano por la frente con una ternura que jamás antes había experimentado, entonces escuché una voz desconocida que me dijo. “no te impacientes, tu familia está a punto de entrar”. Después volví a dormirme. No sé cuanto tiempo pasé allí, los recuerdos de esos días se vuelven confusos en mi mente, pero la sensación de que ya no estaba sola me hacia sentirme segura y confiada. Durante mi estancia en el hospital pregunté varias veces por aquella persona que, con su voz y la ternura de sus manos, me hizo encontrar el camino a casa cuando estaba perdida pero no pude dar con ella.

Al cabo de un tiempo regresé a mi trabajo como enfermera de Reanimación. El recuerdo de la experiencia vivida permanecía imborrable en mi memoria y marcaría la diferencia entre un antes y un después en mi vida, tanto profesional como privada. A partir de aquel día, cada tarde, al llegar las siete, me siento en mi silla azul durante la hora de la visita sin olvidar nunca que una vez estuve al otro lado y alguien me hizo sentir en casa.

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Autora Mª Dolores Gómez Guillermo. Enfermera de anestesia. Hospital Son Espases . . Mallorca.

3 pensamientos en “Las siete de la tarde

  1. Suso

    Excelente relato, muy bien hilado y transmitido lo que significa comprender lo que siente el que está al otro lado. Yo tuve una experiencia parecida, antes de ser enfermero. Fue lo que marcó mi vocación (iba para informático, ahí es ná) y me hizo comprender lo que el paciente realmente necesita. Un placer leerte.

  2. nazaret

    Suerte de tus pacientes de tenerte cerca en esos momentos!.
    Eres muy grande. Humanizas siempre todo lo que te rodea. Y siempre con tu amplia sonrisa. No cambies nunca.

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