NIGHTINGALE & CO

Vivir el duelo

 

 

escalera

 

Recientemente, me recomendaron un libro en el que la autora expresaba sus sentimientos tras vivir ella misma la pérdida dolorosa y cercana de su pareja. Se trata de  “La ridícula idea de no volver a verte “, de Rosa Montero. La idea de estructurar su escrito, exponiendo su situación emocional a través de otro duelo distinto, el  que Madame Curie describió tras la pérdida de su marido Pierre en su diario personal, me atrajo tanto que no pude por menos que lanzarme a su lectura.

La muerte sucede cada instante y siempre nos sorprende, incluso en los fallecimientos esperados. Es misteriosa, extraña y supone un duro golpe a esa sensación de inmortalidad con que se desarrolla nuestra vida. Aunque todos sabemos que en algún momento moriremos, pocos son los que llegan a aceptar este rasgo humano de la mortalidad. Y mucho menos a ser condescendientes con el hecho de que aquellos a los que más amamos se marcharán también y no recorrerán junto a nosotros toda nuestra andadura vital.

Comparto con todos vosotros estas palabras del Dr J.Montoya Carraquilla tan oportunas sobre este tema y que tanto me gustan: “Durante el duelo, como  en ninguna otra situación crítica de la vida, el dolor producido es TOTAL. Es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de otros) y espiritual (duele el alma). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y especialmente el futuro. Toda la vida en su conjunto, duele”.

En nuestra sociedad, la muerte, y todo lo relacionado con ella, es  un tema tabú. La palabra” muerte” nos da respeto, no queremos hablar de ella, porque su mera mención conlleva implícitamente su reconocimiento. Cada vez que alguien cercano muere nos recuerda que nosotros también abandonaremos aquello que apreciamos y queremos, generando un alto grado de angustia y miedo existencial.

Para todos los que hemos vivido una pérdida, sabemos que en esos momentos se produce una verdadera explosión emocional de dolor y recuerdos, así como un estadio  inicial donde nos cuesta entender porqué esa persona ya no está en nuestras vidas. Nos planteamos en esos momentos preguntas tales como: ¿Por qué? ¿Para qué sucedió?, etc., y de forma relacionada volcamos esas mismas preguntas  hacia una  reflexión interior de nuestra propia vida: ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? ¿Hacia dónde dirijo mis pasos? La muerte plantea en nosotros y pone de relieve cuál es el sentido de nuestra vida. Una pregunta inevitable y angustiosa, máxime en esos momentos dolorosos.

Nacemos, y nuestros padres luchan por alimentarnos, cuidarnos y educarnos. Nos apoyan en nuestro camino elegido.    Todo lo que viene después: estudios, trabajo, matrimonio, paternidad, tropiezos, equivocaciones, aciertos…parece incluso discurrir de manera fluida, como si pertenecieran a una cadena donde cada eslabón apareciera unido al siguiente sin apenas darnos cuenta de su elección. Pero algo se nos escapa de las manos cuando perdemos a alguien querido, ¿cómo vivir el duelo?, hoy quiero contaros mis sentimientos de cómo lo he vivido yo.

Muchos seres amados desgraciadamente me han dejado: familiares, amigos, conocidos, etc. Todos han sido pérdidas irreparables, pero dos de ellas siguen conmigo siempre presentes en mis pensamientos.  Es imposible olvidar su recuerdo.

Cuando alguien querido nos deja hablas con ellos en silencio, crees que es un sueño que no ha ocurrido, los sentimos a nuestro lado, los oímos, los escuchamos  y esperamos a que en cualquier momento abran la puerta de la casa, como si nada hubiera ocurrido. Evidentemente eso no es real, nos engañamos porque a través de esas ideaciones se intenta minimizar nuestro sufrimiento.

Pero inevitablemente llega un punto en el que comprendemos que esa persona nunca volverá a estar con nosotros. Es precisamente en ese momento, el de la plena aceptación, cuando nos aislamos y el dolor más intenso comienza. Se trata de  un dolor opresivo e  inexplicable que nada ni nadie nos calma. Incluso nos volvemos egoístas y ciegos al dolor de los que están a nuestro alrededor viéndonos sufrir e intentando ayudarnos a superarlo. Sólo al llegar a esta cumbre de dolor intenso se es capaz de reconocerlo como un hecho al que nos enfrentaremos en varias ocasiones de nuestra vida. Será entonces el momento de la consciencia y el aprendizaje de lo ocurrido, de levantar la cabeza,  seguir adelante, ponernos nuevas metas. Seguimos teniendo familia, amigos, trabajo, estudios, etc. Nos espera una vida por vivir, la nuestra, que ahora, por experiencia personal, sabemos que es finita.

Yo sé que tengo dos estrellas a mi lado. Ellas me cuidan y me dan fuerza en los malos momentos. También me hacen reír cuando los recuerdo. Es verdad que no sé si entregué todo lo que ellos necesitaban de mí, pero están en mi corazón.  Desde aquí quiero decirles: “gracias por teneros a mi lado siempre”.

El tiempo no es el olvido ni lo cura todo, pero nos enseña a vivir con el dolor. Aunque la mayoría de las veces nos parezca que eso no va a ocurrir nunca y que no seremos capaces de sobreponernos a él. De nosotros depende cómo superar y vivir con ese dolor.

Desde mi experiencia personal tengo que admitir que necesité un largo tiempo para dejar de sufrir y abandonar el dolor, pero lo conseguí, fue otra meta vital superada. Aquellos seres tan queridos por mí  ya no están conmigo, pero de alguna manera me acompañan. Recuerdo sus consejos y soy capaz de hablar de ellos y disfrutar de los buenos momentos que compartimos, nuestras experiencias juntos, Ojeo sus fotos para recordar cómo eran, ya que nuestra memoria, esa ingrata, a veces logra desdibujar con el tiempo los rasgos antaño tan amados. Recorro los  sitios que compartimos juntos, y ofrezco sus recuerdos a otros. De alguna forma ellos siguen  presentes en nuestra vida y nos empujarán a seguir adelante. La vida continua y ellos están con nosotros.

 

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