NIGHTINGALE & CO

Moiras

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Las tres Moiras. Relieve, tumba de Alexander von der Mark, por Johann Gottfried SchadowAntigua Galería NacionalBerlín
Moiras
Ya he dicho otras veces que soy una enfermera llena de cicatrices. Brillan bajo la bata de plástico. Han hecho de mi cuerpo un mapa. Pero ya no soy eso. Al menos no del todo. Me estoy transformando. Soy un pájaro en un alambre. Doy pequeños saltos para poder guardar el equilibrio. Sólo hay una mirada hacia abajo que me separe del abismo. La gravedad tira de mí con la fuerza de una ley que me atrae hacia el suelo. Mis brazos se han cubierto de plumas. Un vencejo. Eso soy. No vuelo, me dejo caer y planeo en el aire ya desde hace meses. Los párpados han desaparecido. No puedo cerrar los ojos mientras sueño.
El aire se cuela dentro y lagrimeo a todas horas. La mano de mi hija tira de mí mientras caminamos. Reconoce el camino. Hace meses que no estamos en ese lugar vacío, pero ella sabe. Se lanza al parque. Me dice que quiere jugar mucho. Sus ojos brillan. Salta y se lanza una y otra vez en el tobogán. Mis alas quieren moverse de nuevo, pero parecen pegadas al cuerpo. Ya no puedo recordar. La vida de antes. Cuando no vivíamos de esta forma. Esa vida de abrazos. De caras con labios. Se ha diluido en un recuerdo que mi cerebro ha decidido desechar por su cuenta.
Por la noche en la UCI, desde el otro lado de la máscara y la pantalla facial, un paciente acaba de llegar. Intenta hablar. Pero apenas suenan unos silbidos. Suda. Le tiemblan las manos. Las costillas y músculos se mueven tratando de dar espacio a los pulmones. Su vida ahora es una lucha contra lo que no debería estar allí. Mucosidad, inflamación. Escucho en la esquina de la habitación el sonido de la rueca. La Moira retuerce la hebra. Es fina, casi translúcida. La Intensivista explica que es necesario intubar. La infección se ha extendido. El hombre me pide su teléfono. Busco entre sus pertenencias, que alguien ha guardado en una bolsa de plástico -necesito hablar con mi mujer- Marco el número. Intento explicar la situación y al otro lado se hace el silencio.
Fotografía: Ana Medina- UCI HUF
El hombre inspira profundo para poder hablar, pero las explosiones de tos hacen que salten las alarmas una y otra vez en el monitor. Escucho cómo trata de decir los códigos bancarios. Las cuentas. Dispone en un minuto su vida. La de su familia. Quiero abrir la ventana y separar las alas. Dejarme caer. Planear. Pero aquí está prohibido. La rueca gira y el hombre ya se ha unido al ejército de durmientes cuya existencia se divide en decúbito prono y supino. Al otro lado de la cristalera espera la hermana, la otra Moira. La de la tijera. Dispuesta a cortar el hilo en un descuido.
Al volver a casa, en el parque, escucho como unos amigos hacen planes para la Navidad. Sus voces se apagan hasta convertirse en murmullos. Han viajado. O a lo mejor lo he hecho yo. Giramos en órbitas de planetas distintos. En mi cabeza aparecen mesas navideñas llenas de sillas vacías. Me llegan susurros. Son los que llenan ahora mis sueños. Están llenos de muertos. Ahora son también mi familia. Gonzalo, Pedro, Carmen, José María…En mis ojos de vencejo ya no sois nunca más una estadística. Me doléis, como duele lo propio. Esta noche hablaremos en sueños. Mientras gira la rueca. Abriré la ventana y extenderé las alas. Sólo hay que dejarse caer.
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