Belén García Fernández
Belén García es enfermera ,actualmente está preparando la oposición de enfermería a la Comunidad de Madrid y también abriendo un nuevo horizonte profesional a través de la ilustración. Se ha formado en el campo de la cooperación internacional y la medicina tropical y ha trabajado durante muchos años en varios países del continente africano como enfermera de terreno, logista y profesora.
Quince años trabajando en acción humanitaria y cooperación al desarrollo en distintos países del continente africano. Escrito así, en un renglón, parece poco.
Mi primera misión fue en zona rural, al norte de Mozambique. Al principio iba a un proyecto de lepra, pero acabé trabajando en la enfermería de la prisión municipal y en el hospital distrital de Alto Mólòcue en la provincia de Zambézia. Mis maletas iban llenas de consejos de otros: “allí no hay… allí no tienen… allí no encontrarás… esto solo hay en la ciudad… aquello tal vez en la capital…” Con la ingenuidad de la primera vez, así fueron cargadas esas maletas.
Después del shock emocional que pasé los primeros días, llegó el periodo de adaptación al nuevo entorno, a los compañeros y al trabajo. Después empecé a acordarme de mi familia, de Madrid y de mis aficiones… había olvidado mi material de dibujo. Lo más útil que llevé en mis dos cargadas maletas fue el chubasquero, el frontal y una radio de onda corta. No tardé ni un mes en echar de menos mi material de dibujo. Me decía a mí misma cómo no se me ocurrió traer un bloc y unas pinturas, sencillamente pensé que en África no lo necesitaría.
Para todo hay una solución. Encargué a un enfermero que viajaba a Quelimane, la capital de la provincia, que me comprara una caja de lápices de colores y un bloc, especificándole que tenía que ser de hojas blancas ya que los cuadernos era fácil conseguirlos en el poblado. Estupefacto, el enfermero tomó nota, ya que esperaba que le encargara cremas, telas o productos de mujer.
Me tocó esperar más de dos semanas porque allí, por lo general, la persona que viaja de la zona rural a la capital no lo hace para ir un día y volver al siguiente; sino que aprovechan para hacer compras, visitar familiares o solucionar cuestiones personales. Y regresó con mi encargo, una caja de 12 lápices de colores marca “Acme” y algo parecido a un bloc tamaño A4 de hojas blancas, tan transparentes que se calcaba por detrás. Al fin tenía el material mínimo.
Después de Mozambique, a lo largo de varios años, tuve la oportunidad de vivir y trabajar en otros países africanos como Mauritania, Guinea Bissau o Guinea Ecuatorial, que ha sido el último país hasta la fecha. Pero del país que guardo un recuerdo muy especial es de Angola, donde trabajé y viví durante siete años. Angola, país de grandes contrastes, representa para mí lo mejor y lo peor de mis años en la cooperación. Es donde más he aprendido como enfermera y como persona. Llegué por primera vez a la provincia de Benguela en el año 2000, en plena guerra civil, como cooperante voluntaria al Hospital Nossa Senhora da Paz gestionado por las hermanas Teresianas. Todas las comunicaciones por tierra estaban cortadas por la guerra; los vehículos solo salían en columna con custodia militar para abastecer a la población del interior. Llegué por aire, en una avioneta del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas que aterrizó en una pista perdida con una maniobra singular e inolvidable: descendió en círculos hasta que estaba muy cerca del suelo y tomó tierra, de esta manera evitaba lo más posible el armamento tierra-aire. Así fue mi inicio en Cubal, una ciudad en el interior de la provincia de Benguela y mi destino en el hospital fue el almacén de farmacia. El trabajo que realicé fue un poco ingrato pues no desempeñaba las funciones propiamente de enfermería, sino más bien de logística. Junto a un equipo local formado por cuatro enfermeros, estuve durante un año y medio colaborando en la organización y clasificación del almacén; así como elaborando protocolos de control de stock, pedidos y distribución; ya que desde el almacén se suministraba medicación al hospital (y cada uno de sus servicios) y a la farmacia de las consultas externas. Los medicamentos y demás material sanitario llegaban por subvenciones o a partir de donaciones principalmente españolas.
Cooperar en zona de conflicto bélico no es como pensaba mi madre. Ella creía que iba a estar poco menos que en una trinchera rodeada de sacos y las balas silbando por encima. Al menos en esa zona de Angola la guerra no era tan dura como en otros países. Durante el día había un alto el fuego más o menos consentido, era al atardecer y durante la noche cuando se producían los ataques y no todos los días. Los enfermeros de turno de noche no llevaban uniforme pues así evitaban ser blanco fácil en los ataques. No sé si acabé acostumbrándome al sonido de los disparos, ráfagas y explosiones; al toque de queda, a no poder salir de un corto perímetro, a no poder viajar al poblado de al lado, a tener que ir acompañada la mayoría de las veces, a estar vigilada, a las minas antipersona… el pueblo era rápido en oler las situaciones de peligro y siempre nos avisaban y nos ayudaban a los cooperantes.
Recuerdo que un día soleado había comprado un plato grande de mimbre y me puse a pintar dentro a un africano tocando el tambor. Como estaba sentada en el porche de la casa que daba la sombra, me rodearon los vecinos entre exclamaciones, pues algunos pequeñines no habían visto nunca una mano que dibujaba. Poco a poco el público fue en aumento y tuve que interrumpir el dibujo porque estaba completamente rodeada. Lo que más me asombró de todo aquello fue que los padres de los niños me pidieron permiso para que tocaran mi cabeza, como si con esa acción se les transmitiera el arte o algo así, aún me estremezco al recordarlo.
Después acabó la guerra civil y trabajé con Médicos Sin Fronteras en varias provincias de Angola, en proyectos como emergencia de paludismo, emergencia de Marburg, asistencia en zonas sin cobertura sanitaria. Los dos últimos años trabajé en el norte del país con la cooperación italiana Médicos con África, en un proyecto de educación y salud donde tenía funciones de logista-administradora de la ONG en la provincia y apoyaba en la formación de formadores en el Instituto Médico de Salud donde se estudiaba enfermería.
En el resto de mis viajes ya siempre llevaba mi kit personal de supervivencia, que consistía en un pequeño bloc de dibujo, una cajita de acuarelas y algunos pinceles. Tan importante son estos simples materiales para los que nos gusta dibujar, como para un fotógrafo su cámara. A través del dibujo conseguía evadirme del duro trabajo diario, aunque muchos días tuviera que dibujar a la luz de las velas, siempre había un motivo porque los días en África no son iguales.
Gracias a mi trabajo en el campo de la cooperación salud y de la educación, he podido conocer mejor el continente africano, a su gente y sus costumbres. Con la idea de no perder las ilustraciones que he realizado en estos años y que no dejan de ser vivencias personales, en diciembre de 2013 nació el blog Dibujando África (http://dibujandoafrica.wordpress.com) y durante este año he recopilado los dibujos para recogerlos en un libro ilustrado que estará disponible el próximo otoño.La lectura de las ilustraciones de Dibujando África se puede enfocar de una manera didáctica, ya que cada dibujo invita a ser comentado. Es una forma gráfica, diferente a la fotografía, de acercar a las personas un continente formado por 55 países y tremendamente olvidado.
Dibujando África también se puede seguir en:
Facebook: https://www.facebook.com/dibujandoafrica
Twitter: @dibujandoafrica