NIGHTINGALE & CO

Soave sia il vento (I)

 

soave sia il vento

 

Por Juan Aranda Jaraíces

(A la memoria de Chini, que en paz descanse)

Llevo el libreto de la obra en las manos. Estoy pasando mi texto, mientras paseo camino de la sala de teatro, donde esa tarde, representamos por última vez “El loco de los balcones”. Tengo que recitar las líneas de Vargas Llosa en calles tranquilas, donde los viandantes no me distraigan de la labor. Dejo atrás la Catedral, por los bulevares que conducen al jardín botánico y me pongo a la tarea de recordar.

Hay una luz crepuscular, una temperatura primaveral inesperada, un silencio algo quebrado por la alegría de la poca gente que me encuentro; todo parece calmado y feliz…pienso en la tarea realizada, antes de que mi cerebro me juegue una mala pasada.

Queremos vivir aceleradamente y olvidar lo malo, que pase la tarde, la noche, la mañana…, que la luz y la temperatura sean siempre perfectas y que nuestro cuerpo no sufra embestidas ni padecimientos, sin pensar que a veces, es inevitable.

Comienzo la tarea nemotécnica… es un constructor, en todo el sentido de la palabra, le gusta ganar dinero, pero se lo gana trabajando…esa frase que siempre se me resiste…y aquella otra, que requiere de una réplica rápida, ¿cómo era? ah, sí…no te desmoralices Ileana, así no se ganan las guerras… no bien salen esas palabras de mi boca, cuando pienso que en ese mismo lugar, hace un año, le mandé un mensaje a mi amiga Chini donde le decía algo parecido. Y ella me contestaba inmediatamente para desearme suerte en la representación.

Chini llevaba entonces sólo dos meses de tratamiento. Le acababan de descubrir un tumor y se enfrentaba a meses de visitas al hospital, controles médicos, analíticas, reposo, dolor y sentimientos encontrados sobre el futuro.

He seguido caminando, pero con cien kilos de más sobre mis huesos. Hace tres días, me habían dicho que a Chini le había aparecido líquido en el estómago, y no pintaba bien. He pensado que tenía que mandarle un mensaje, para decirle que estaba con ella, que su fuerza, su capacidad de superación, su coraje, estaban plenamente acreditados después de aquél año horrible y que no podía, no debía, no se iba a desmoralizar, porque allí tenía a su familia, nos tenía a todos para recordarle lo maravillosa, lo necesaria, lo especial que era.

Sin saberlo, ese pensamiento mío, en aquella avenida donde los edificios administrativos, la torre de finanzas, el banco central belga, las torres en rehabilitación de Congrès dan la vuelta al aire y hacen que las corrientes arremetan contra el transeúnte…sin advertirlo, ese pensamiento ha sido mi despedida.

Sólo un día más tarde, inopinadamente, Chini, ha fallecido.

La semana anterior, al enterarme de su empeoramiento, había contemplado sus fotos, haciendo lo que más le gustaba: viajar. Con la familia y con sus hijos, en lugares maravillosos y exóticos. El Machupichu, el glaciar Perito Moreno. Chini abrazada a su marido, que la adoraba. Chini sonriente, entre amigas. Su gato Caco, peludo y tímido con las visitas, en distintos planos.

Entrar en su despacho y ver aquellas piezas de vida en la pared. Revisar, en busca de antecedentes, los expedientes tramitados por Chini. Ver su letra en lápiz, redonda y grande, de persona buena, generosa y discreta. Recibir su llamada para ofrecerte su ayuda cuando tengas el menor problema con el trabajo que ella ya no puede hacer y ahora se te ha encomendado. Ir a visitarla, contemplar su cuerpecito de bailaora de flamenco, disminuido por la quimio, pero su sonrisa, siempre aumentada por la alegría sincera de volver a verte. Conversar en su salón sobre la vida, sobre los planes de futuro ya en España, cuando pudieran descansar de toda una vida agitada de expatriados con obligaciones de alta esfera. Ver sus ojos rasgados, que le dieron el apodo, Chini, de chinita. Observar sus inquietudes, de madre esperanzada en la felicidad de sus hijos. Acariciar su sensibilidad con las modestas flores que le has llevado, que ha trasformado por ensalmo en un bouquet elegante. Escuchar una ópera a su lado, verla emocionarse con los cantantes, con la puesta en escena, con toda esa cultura que ha dado contenido a su vida….

En el autobús, de camino al trabajo, cuando un mensaje me ha anunciado su muerte, todos esos momentos, aumentados y corregidos, me han precipitado a la calle, y me han hecho llorar.

Esta semana, cabizbajos, mis compañeras y yo, hemos cruzado los pasillos con la sensación de que no nos preparan para vivir, pero aún menos para aceptar la muerte. He visto ojos rojos, silencios, y sobre todo, he sentido la pena de una de sus amigas, que a cada minuto, se ha tenido que recomponer, en memoria de la pobre Chini, que tanto se preocupaba por ofrecer un aspecto cuidado, limpio, profesional.  Esta semana, reactivos al dolor, hemos pensado todo el tiempo en las cosas que Chini se lleva y yo, me he esforzado en recordar las cosas que nos deja. He insistido en que su alegría, su humor, el tiempo compartido no eran cosas menores, que la oportunidad de conocerla ha sido un privilegio que no se puede soslayar.

Y eso mismo he pensado, cuando, la tarde de este martes, un amigo me ha ofrecido su tiempo, su compasión y su ternura para que le hablara de Chini y el jueves, que nos hemos ido a ver una ópera, he sentido, que sin saberlo, aquello era otro homenaje personal, una despedida necesaria cuando, en el primer acto de Cosí fan Tutte, tres personajes,  Fiordiligi, Dorabella y Don Alfonso han interpretado el terceto Soave sia il vento. Las mujeres se despiden de sus novios, que parten a la guerra. Y Mozart, que por algo es Mozart, les hace interpretar al ritmo de una melodía maravillosa.

Y sobre esa melodía ondulante, en las alas de las notas de la soprano, de la mezzo, sostenida por la voz del bajo, ha llegado la despedida de mi corazón, que, reconfortado por la armonía, la belleza del momento, que ella tanto hubiera amado, le decía a Chini: compañera y amiga,

que sea suave el viento, 

tranquilas las olas,

y que todos los elementos

benignos respondan

a nuestros deseos.

 

 

 

 

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