Por Matilde Romero Granados
Todos los profesionales sanitarios hemos vivido, en alguna ocasión, alguna situación que se ha grabado en nuestra retina y que nos ha impulsado a reflexionar sobre nuestro estado de salud. El paso del tiempo ha logrado que normalicemos laboralmente algo tan inusual y difícil como convivir diariamente con personas que padecen dolor. Pero esta tolerancia a la visión del que sufre, cambia cuando nos toca vivirlo a nosotros mismos o a alguno de nuestros familiares más cercanos.
Desde la entrada que os ofrecemos hoy, queremos haceros partícipes del testimonio de una profesional que cada día convive con una persona que padece dolor crónico. Su situación la obliga a una lucha por estar en plenas facultades, y así poder aportar el apoyo que necesita su familia. En muchas ocasiones esto supone ser su “viga de apoyo” aun cuando ya no le quedan apenas fuerzas. Es imprescindible sostenerse así mismo para poder cuidar al ser amado y hacerle más llevadero su dolor. La misión consiste en llenar la vida de pequeños detalles que hagan de cada día algo distinto, por lo que valga la pena continuar.
En este espacio, Matilde quiere agradecer a su familia el apoyo incondicional que le brinda, ante la situación que les ha tocado vivir…Nightingaleandco también quiere agradecer por su parte, la generosidad que ha mostrado Matilde al compartir algo tan íntimo como el sufrimiento de los que más amamos con nuestros lectores.
Editorial Nightingaleandco
Matilde Romero dice así:
“Cada día me repito de forma incesante la misma pregunta: ¿Por qué me ha tocado vivir a mi esta situación? Convivir con una persona mayor, que padece una enfermedad crónica en una condición de semi-dependencia, no es nada fácil. Hoy quiero compartir con ustedes esta experiencia que seguro muchos han vivido o viven en su propia familia.
Durante mis primeros años de vida laboral como Auxiliar Enfermería (y llevo en esta profesión más de 20 años), no entendía el comportamiento de algunas familias encargadas del cuidado de personas mayores con enfermedades crónicas y semi-dependientes. En esos tiempos estaba convencida que algunas de estas familias se mostraban muy exageradas cuando hablaban del sufrimiento y responsabilidad que les reportaba cuidar a sus mayores. Pero al cabo de los años, la vida hizo que tuviera que cuidar de un familiar con esas mismas características. La experiencia personal hizo que poco a poco fuera capaz de comprender y valorar lo que aquellas familias en el medio hospitalario sentían e intentaban explicar. Porque cuidar al amado que sufre no es nada fácil, se mezclan muchos sentimientos y sensaciones que a veces resultan contradictorias y nos hacen sentir culpables.
Cuando las personas mayores enferman de forma crónica, sufren un proceso de transformación que los convierte de nuevo en niños. Hay que hacer enormes esfuerzos porque sigan la dieta, se laven, sigan el tratamiento correctamente, etc.
Se siente miedo ante las recaídas de sus enfermedades, angustia por no poder hacer más y ver como poco a poco se van apagando. Sin embargo se hace preciso seguir adelante. En su presencia hacemos como que nada pasa, que todo es normal, y que el mal momento pasará…
Se origina un afán excesivo de protección por nuestra parte que choca en ocasiones con sus pequeños deseos y caprichos. Entonces se establece una tensión entre el estricto control y una necesaria permisividad para que ellos también puedan disfrutar de algunos pequeños placeres de la vida.
Hay momentos en que te encuentras cansada, nerviosa y agobiada. Te olvidas de tus hijos, de tu cónyuge, porque todo gira en torno a esa persona. Tu familiar enfermo te dio todo su amor y cariño cuando todavía se encontraba sano, por eso sientes la necesidad de devolverle todo lo que él hizo antes por ti.
Entretanto tu familia está siempre ahí, silenciosamente presente, ayudándote, comprendiéndote y aguantando muchas veces tus enfados. Porque la mayoría de las veces es precisamente en el resto de la familia donde viertes tu frustración y angustia. Te desahogas con ellos, quienes entienden todo tu esfuerzo y sufrimiento, y poniéndose en tu lugar callan los malos días para intentar ponértelo más fácil.
La tensión se hace mayor con cada recaída, se hace más intensa, porque no es fácil aceptar el final de aquellos que te dieron la vida. Ese momento, por más que queremos que sea lejano, se acerca. Y por más que se sea doloroso, aparece la temible pregunta: ¿Para qué tanto esfuerzo y sufrimiento? La respuesta acude a ti misma sin dudar: “Todo mereció la pena, todo por evitar mínimamente el sufrimiento. El esfuerzo por sonreír día a día y hacerle sentir que yo estaría presente en cada paso de su tramo final del camino. Porque su dolor, es mi dolor.”