Cuenta la tradición bíblica que cuando el rey Herodes se enteró de la noticia del nacimiento del nuevo Rey de Israel, Jesús, y temiendo el declive de su poder, ordenó la matanza de todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores. Por este motivo, el día de los “Santos Inocentes » tiene como fin rememorar a las muchas almas inocentes que se perdieron esa noche. Por mi parte aprovecho también la festividad para declarar públicamente: Herodes, ¡Soy fan! Esos viajes largos en tren, autobús y avión con niños chillando, corriendo, dando patadas en el siento de delante mientras que sus padres disfrutan de la lectura plácidamente en su asiento…que filón tendrías en el transporte público, ¡te lo digo!
Opino que los españoles destacamos entre otras cosas por nuestro cariz bromista (en muchos casos no del mejor gusto). El día 28 de Diciembre supone para muchos la posibilidad de ver en esta celebración un medio catártico para hacer sus sueños realidad y gastar bromas orquestadas minuciosamente como venganza a las sufridas en ocasiones anteriores. Los medios de comunicación también harán bromas o tergiversarán su contenido de tal modo que la información parezca real (¡Matías Prats!, echaremos de menos tu gracejo a lo John Wayne con mirada de “os lo habéis tragado”). Pero sin duda alguna, la broma socialmente más popularizada en el día de los Santos Inocentes consiste en colocar un monigote blanco en la espalda (apresúrense en encontrar el emoticono correspondiente para su wassap)
Pasado el día de los santos inocentes, y esperando que no se hayan portado muy mal con vosotros, les quiero narrar lo que para mí ha sido toda una experiencia, en la que me he sentido una santa inocente, o más bien una pobre inocente…Por eso quisiera decir antes que nada, que todo lo que aquí consigno está basado en hechos reales y con un gran respeto hacia los profesionales sanitarios. Crucé el otro lado…y viví la experiencia de saber lo que se siente siendo paciente
Hace relativamente poco acudí a mi hospital de referencia donde tenía que ser intervenida quirúrgicamente y ser tratada como un 28/más…
Ese día acudo obedientemente a la hora señalada, juntos con mis familiares, y nos hacen esperar hasta que todos las personas citadas lleguen. Cuando todos aparecen, el personal de recepción (un chaquetilla verde) muy amable nos reúne a todos cual rebaño y pide que le sigamos. Si cada paciente tiene cuatro acompañantes por los menos y somos 10 pacientes, hagan cálculos…la aglomeración que se forma en la sala me hace recordar a los mejores momentos del show de Cortylandia en diciembre o a ese tour que hice en Italia en el que intentábamos seguir a nuestra guía que llevaba un paraguas con una ridícula flor en lo alto. En este caso, nuestra guía lo que lleva son las carpetas con nuestra información médica mientras nos carea por los corredores del hospital
Después de avanzar por varios pasillos, llegamos al hall y nos encontramos con el primer problema. La “chaquetilla verde” nos informa que el grupo debe dividirse y los pacientes deberán ir en un ascensor y los familiares en otro. El rebaño se mira y la necesidad gregaria puede con nosotros, es decir, no la hacemos ni caso. Subimos todos a la vez al ascensor y lo bloqueamos. Los ojos se achican vigilando sospechosamente a los más sobraditos de kilos y calculando porcentajes calóricos de los montaditos y cervezas del fin de semana. Pero finalmente el ascensor transige y nos sube hasta la tercera planta.
Una vez allí el personal de enfermería nos recibe amablemente, y mientras nos asigna habitación (que compartiré con una compañera), nos van realizando una serie de observaciones:” No usen el armario porque no es su habitación definitiva”,” quítense toda la ropa” y “póngase el camisón”, “se pueden tumbar en la cama”. No hay nada como ponerse el camisón para sumergirte de lleno en tu nuevo papel. Sin haber sido siquiera intervenido el vestir el camisón tiene el poder de hacerte sentir indefenso. El sentir las corrientes de aire en tu trasero te otorga la experiencia de percibir un nuevo sentido de la palabra humillación.
Cuando llevo un rato en la habitación me doy cuenta que mi compañera de habitación hasta ese momento, es un poco “rarita” y rezo para que no me toque en el postoperatorio. En primer lugar, pide hablar insistentemente con el anestesista porque duda si operarse o no; después llama al pater para rezar una oración antes de la intervención del porsi. ¿Se les ocurre alguna forma más para dilatar la marcha a quirófano? Le informo que es esencial ducharse con un jabón antiséptico marca X frotándose enérgicamente y marcarse con un rotulador indeleble la zona que debe ser operada (porque ya saben que se cuentan historias de gente que va a operarse una cadera y le ponen la prótesis a la sana). Me mira mal pero manda al marido a las galenas del hospital y se pasa 30 minutos en el baño. Sale con un agradable tono langosta y yo me siento más Garfield que nunca. Pero interiormente me digo que es muy serio esto de operarse como para que a última hora decidas hacer tantas tonterías, con el debido respeto…A mí me daba vueltas la cabeza…
Pasa el tiempo lentamente y a mí no me llaman…pero finalmente llega la hora de salir al ruedo. Aparece una celadora que empuja mi cama por los pasillos mientras mi familia me acompaña hasta la zona permitida. Me despido de ellos, y la celadora me “aparca” en un pasillo anexo al quirófano. ¡Vaya trasiego de gente se observa desde allí! Pero nadie se dirige a mí y no puedo reprimir tener ciento sentimiento de aislamiento al ser ignorada por tantas personas. Por fin un anestesista se acerca a mí y se presenta mientras sigo en el pasillo, y a él le siguen el ginecólogo intervencionista y la enfermera circulante¡ Soy visible de nuevo para todo el mundo! Claro, ya llega mi hora, por eso me introducen en el quirófano, me cambian a la mesa, canalizan una vía, me aplican oxígeno y …no logro recordar nada más hasta que desperté en la URPA…
No se que hora podría ser, pero cuando logré abrir los ojos me encontré en un sitio oscuro. Tumbada, monitorizada y con dolor, a mis pies, en otras camas, se encontraban dos hombres (uno roncaba y otro insistía incansablemente sobre su necesidad de levantarse)…
Las enfermeras entre tanto no paran de cambiar sueros. El “clin, clin, clin,” del cristal delata su paso. Una auxiliar decide comprobar el nivel de llenado del bio-contenedor de desechos punzantes, y para ello lo agita como si se tratara de sus nuevas maracas. Como parece que no está lleno del todo y puede aprovecharse algo más, agita unas cuantas veces más para hacer hueco…, con el correspondiente ruido que rompe el silencio de la noche. Pienso en ese momento, cuando estoy dolorida por todos lados y agotada de la cirugía, si cuando yo estoy currando hago tanto ruido. Si es así no me extraña que los pacientes se desorienten y se despierten. No somos conscientes que durante la noche es importantísimo procurar el descanso total de los pacientes y hacer el mínimo ruido posible…
Al día siguiente después de asearme y cambiarme de sábanas, pasa mi familia a verme y rompo a llorar por lo mal que me siento en esos momentos. El ver las caras amadas preocupadas por mí me conmueve y no puedo soportar tanta emoción. Menos mal que la visita médica trae buenas noticias: me trasladan a planta. Un celador muy amable que es férreo defensor de mi independencia personal, insiste en que me cambie de cama yo sola, sujetando a la vez los drenajes y sin que el camisón se deslice inconvenientemente , mientras el me contempla parsimoniosamente y me dice que lo haga sin prisa pero sin pausa… Al llegar a la habitación noto que un golpe de suerte me ha acompañado y la compañera tono de “langosta” no está esperándome contándome sus novedades.
Tras la presentación pertinente de las enfermeras y auxiliares de planta, me dejan un rato sola y me acomete la inmensa necesidad de dormir. Pero comienzan a llegar visitas que insisten en hablar conmigo, en darme consejos y a señalarme la importancia de que “orine la anestesia” y que tome yogures. ¡Si yo sólo quiero dormir, oigan!
Cuando logro echar una siestecilla y abro los ojos me percato de que tengo las manos hinchadas y en la muñeca izquierda siete, si, lo han leído bien, siete pinchazos que entiendo han sido intentos para canalizar una arteria (yo creo que el tercero ya era un mensaje del cielo, Sr. Anestesista, PD: ¡cambia de brazo!) Como recordatorio de la experiencia tengo dos hermosos hematomas en ambas muñecas. En ese punto de mi estancia hospitalaria, las visitas se me hacen insoportables y me marean. Por eso permanezco con los ojos cerrados. No quiero ver a nadie ¿no se da cuenta la gente que cuando se está recién operado no tienes cuerpo para nada y lo único que quieres es estar tranquila para poder recuperarte cuanto antes? Las visitas serán muy bienvenidas tres días después y les tendré en mayor estima por comprenderlo.
Es en estas circunstancias, similares a las que he compartido aquí con ustedes, al poner nuestro cuerpo y nuestra salud en manos de otros, cuando nos sentimos unos verdaderos inocentes. Menos mal que estamos tumbados y no nos pueden poner un muñeco en la espalda, que si no… aunque más de uno si que logramos sentir que lo tenemos puesto….
Por todo lo demás sin incidencias y mejorando despacio en casa desde donde escribo estas palabras… Un saludo y ¡FELIZ AÑO NUEVO!